Comentario
Españoles que sacrificaron en Tezcuco
Iba Cortés ganando cada día fuerzas y reputación, y acudían a él todos los que no eran de la parcialidad de Culúa, y muchos de los que lo eran; y así, a los dos días de hacer señor de Tezcuco a don Fernando, vinieron los señores de Huaxuta y Cuahutichan, que ya eran amigos, a decirle que venían sobre ellos todas las fuerzas de los mexicanos; que si llevarían sus hijos y hacienda a la sierra, o los traerían a donde él estaba: tanto era su temor. Él los animó, y rogó que se estuviesen quietos en sus casas y no tuviesen miedo, sino cuidado y espías; que de que los enemigos viniesen se alegraba él; por eso, que le avisaran, y verían cómo los castigaba. Los enemigos no fueron a Huaxuta, como se pensaba, sino a los tamemes de Tlaxcallan, que estaban proveyendo a los españoles. Salió a ellos Cortés con dos tiros, con doce de a caballo, doscientos infantes y muchos tlaxcaltecas. Peleó y mató pocos, porque se refugiaban en el agua; quemó algunos pueblos donde se recogían los de México, y se volvió a Tezcuco. Al otro día vinieron tres pueblos de los más principales de aquella comarca a pedirle perdón, y a rogarle no los destruyese, y que no acogerían más a hombre alguno de Culúa. Por esta embajada hicieron castigo en ellos los de México, y muchos aparecieron después descalabrados ante Cortés para que los vengase. También enviaron los de Chalco por socorro, pues los destruían los mexicanos; mas él, como quería enviar por los bergantines, no se lo podía dar de españoles, sino remitirlos a los de Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla, Huacacholla y otros amigos, y darles esperanza que pronto iría él. No estaban ellos nada contentos con la ayuda de aquellas provincias, sin los españoles; pero todavía pidieron cartas para que lo hiciesen. Estando en esto, llegaron hombres de Tlaxcallan a decir a Cortés que estaban terminados los bergantines, y si necesitaba gente, porque hacía poco que habían visto más ahumadas y señales de guerra que nunca. El, entonces, los puso con los de Chalco, y les rogó dijesen de su parte a los señores y capitanes que, olvidasen lo pasado y fuesen sus amigos y les ayudasen contra los mexicanos, que con ello le darían gran placer; y de allí en adelante fueron muy buenos amigos, y se ayudaron unos a otros. Vino asimismo de Veracruz un español con noticia de que habían desembarcado treinta españoles, sin contar los marineros de la nao, y ocho caballos, y que traían mucha pólvora, ballestas y escopetas. Por lo cual hicieron alegrías los nuestros, y en seguida envió Cortés a Tlaxcallan a por los bergantines a Sandoval con doscientos españoles y quince de a caballo. Le mandó que de camino destruyese el lugar en que prendieron a trescientos tlaxcaltecas y cuarenta y cinco españoles con cinco caballos, cuando estaba México cercado; este lugar es de Tezcuco, y linda con tierra de Tlaxcallan. Bien hubiese querido castigar por lo mismo a los de Tezcuco, pero no era tiempo ni convenía por entonces; pues mayor pena merecían que los otros, porque los sacrificaron y comieron, y derramaron la sangre por las paredes, haciendo señales con ella misma de que era de españoles. Desollaron también los caballos, curtieron los cueros con sus pelos, y los colgaron con las herraduras que tenían, en el templo mayor, y junto a ellos los vestidos de España como recuerdo. Sandoval fue allá decidido a combatir y asolar aquel lugar, así porque se lo mandó Cortés, como porque halló un poco antes de llegar a él, escrito con carbón en una casa: "Aquí estuvo preso el sin ventura de Juan Juste"; que era un hidalgo de los cinco de a caballo. Los de aquel lugar, aunque eran muchos, lo dejaron, y huyeron en cuanto vieron españoles sobre ellos, los cuales les fueron detrás siguiendo; mataron y prendieron muchos de éstos, especialmente niños y mujeres, que no podían andar, y que se entregaban por esclavos y a misericordia. Viendo, pues, tan poca resistencia, y que lloraban las mujeres por sus maridos, y los hijos por sus padres, tuvieron compasión los españoles, y ni mataron a la gente ni destruyeron el pueblo; antes bien llamaron a los hombres y los perdonaron, con juramento que hicieron de servirlos y serles leales; y así se vengó la muerte de aquellos cuarenta y cinco españoles. Preguntados cómo cogieron tantos cristianos sin que se defendiesen ni escapase hombre alguno de todos ellos, dijeron que se habían puesto al acecho, muchos frente a un mal paso en una cuesta arriba, que tenía estrecho el camino, donde por detrás los acometieron; y como iban de uno en uno y los caballos del diestro, y no se podían dar la vuelta ni hacer uso de las espadas, los prendieron fácilmente a todos, y los enviaron a Tezcuco donde, como arriba he dicho, fueron sacrificados en venganza de la prisión de Cacama.